No eran estrellas cualesquiera.
Eran estrellas de neutrones, auténticos zombis cósmicos,
cadáveres oscuros de astros que ardieron en el pasado.
Estaban condenadas a una eternidad de sombras.
Pero se atrajeron y, al unirse, volvieron a encenderse.
Durante una fracción de segundo brillaron más que una galaxia entera.