ENTRE LAS COSAS PRIMARIAS - SYLVIA PLATH


En una relativamente poco frecuentada y pedrosa playa hay una gran roca que sobresale sobre el mar. Luego de una subida, un ascenso por una serie de escalones, se llega a un estante natural donde una persona puede estirarse cómodamente y mirar las mareas debajo subir y bajar, o ver, más allá de la bahía, los barcos iluminados, luego ensombrecidos, luego iluminados, mientras siguen su curso cerca del horizonte. El sol quemó estas piedras y la enorme y continua bajada y subida de las mareas desmoronó las rocas, magullándolas, desgastándolas hasta convertirlas en estas suaves piedras ardidas en la playa, que se agitan y mueven debajo de los pies cuando una camina encima de ellas. Una serena sensación de la lenta inevitabilidad de los cambios graduales en la corteza de la tierra me cubre. Un amor me consume, no de un dios, sino de la limpia e inquebrable sensación de que las rocas que no tienen nombre, las olas que no tienen nombre, el pasto irregular que no tiene nombre, están todos definidos momentáneamente por la conciencia del ser que los observa. Con el sol haciendo arder la piedra y la carne, y con el viento ondeando el pasto y mi pelo, hay un estado de alerta que la inmensa y ciega conciencia impersonal y las fuerzas neutras van a superar, y viene la noción de que el frágil, milagrosamente enhebrado organismo que les da un sentido, va a pasear un rato, dudar, fallar y descomponerse al fin en el suelo anónimo, sin voz, sin rostro ni identidad.

De esta experiencia yo salí entera y limpia, mordida hasta el hueso por el sol, purificada por la gélida agudeza del agua salada, seca y blanqueada por la suave tranquilidad que viene de estar entre las cosas primarias.