Precioso relato poetico de William Blake
en el que una pastora pregunta sobre el sentido transitorio de de la vida.
¿Sabe el águila lo que está en el foso
o irás a preguntárselo al topo?
¿Puede la sabiduría encerrarse en un cetro
y el amor en un cuenco dorado?
Las hijas de Mne. Seraphim cuidaban sus soleados rebaños, con excepción de la más joven que, lívida, buscaba la brisa secreta para desvanecerse como la belleza matutina de su día mortal.
A largo del río de Adona se oye su delicada voz.
De esta manera cae su tierno lamento, similar al rocío de la aurora:
¡Oh vida de esta primavera nuestra! ¿Porqué se marchita el loto sobre el agua?
¿Porqué se marchitan estos hijos de la primavera, nacidos sólo para sonreír y caer?
Ah, Thel es como un arco acuoso, como una nube que se aleja, como la imagen en un espejo, como sombra en el agua, como el sueño del infante, como la risa en el rostro juvenil, como la voz de la paloma, como el día fugitivo, como la música en el aire.
Ah, dulcemente desearía yacer, con ternura posar mi cabeza y dormir el sueño de la muerte, escuchando la voz de aquel que se pasea por el Jardín de la noche.
El lirio del valle, que respiraba confundiéndose con la modesta hierba, respondió así a la hermosa doncella:
Soy una brizna acuosa, y pequeñísima, a quien gusta habitar las tierras bajas. Tan débil soy, que la dorada mariposa apenas puede posarse sobre mi cabeza. Sin embargo, recibo visitas del cielo. Aquel que a todos sonríe camina por el valle, y cada mañana sobre mi extiende su mano diciéndome:
Regocíjate, humilde hierba, flor de lirio recién nacida, gentil doncella de los prados silenciosos y de los tímidos arroyos, pues de luz te habrán de vestir y te alimentarás con el maná de la aurora; hasta que el calor del verano te derrita junto a las fuentes y los manantiales, para florecer en eternos valles. ¿Porqué pues, habría de lamentarse Thel? ¿Porqué dejaría escapar un suspiro la Señora de los valles de Har?
Calló y sonrió entre lágrimas, antes de sentarse en su altar de plata.
Respondió Thel:
Oh, tú, pequeña virgen del tranquilo valle, que das a quienes no pueden implorar, a los sin voz, a los exhaustos; tu aliento nutre al inocente cordero que huele tus prendas lácteas, y cosecha tus flores mientras tu le sonríes al rostro, limpiando en su tierna y mansa boca toda mácula. Tu vino purifica la áurea miel; el aroma que viertes sobre cada hoja de hierba, anima el alma de las reses, y doma al corcel de flamígero aliento. Pero Thel es como una desfalleciente nube que el sol nuevo ilumina: me esfumo en mi trono perlado. ¿Quién podrá hallar mi lugar?
Pregunta a mi tierna nube, reina de los valles -respondió el lirio.- y te dirá porqué rutila en el cielo matutino, y porqué siembra su belleza brillante en el aire húmedo. Desciende, pequeña nube, desciende sobre los ojos de Thel.
Bajó la nube; el lirio inclinó su tímida cabeza, y se retiró a descansar sobre la hierba.
II.
Oh, pequeña nube, -dijo la virgen- te conmino a que reveles porqué no te quejas cuando en una hora te desvaneces. Cuando el instante pasa, te buscamos sin poder hallarte. Ah, similar eres a Thel, ya que cuando me voy, nadie me lamenta, nadie escucha mi voz.
La nube reveló entonces su dorada cabeza, y así surgió en su refulgente forma, flotando resplandeciente en el aire, ante el rostro de Thel.
Oh, virgen, ¿acaso ignoras que nuestros corceles beben en los manantiales dorados, dónde Luvah renueva sus caballos? ¿Has contemplado mi juventud y temes que me desvanezca y nadie pueda ya verme? Nada permanece, doncella. Al morir me dirijo a una vida decuplicada en amor, paz, y sagrado éxtasis. Invisible desciendo y poso mis ligeras alas sobre las flores aromáticas, seduciendo al rocío de bello mirar, para que consigo me lleve a su fulgurante morada. La llorosa virgen, temblorosa, se arrodilla ante el sol que se eleva hasta que nos levantamos, unidas por una cinta de oro, para no separarnos jamás, llevando por siempre el alimento a nuestras tiernas flores.
¿Eso haces, pequeña nube? Me temo que no soy como tú. Yo paseo por los prados de Har saboreando las flores más fragantes, pero no alimento trémulas hierbas; escucho las aves cantoras, pero no las nutro; ellas mismas vuelan en busca de sustento. Sin embargo, Thel ya no se deleita con ello, pues lentamente se va desvaneciendo, y todos dirán: ¿habrá vivido tan sólo para convertirse en hogar de lascivos gusanos?
La nube se reclinó en su aéreo trono, y así repuso:
Si has de ser alimento de gusanos, virgen de los cielos, ¡cuánta será tu utilidad! ¡Qué amplia tu gracia! Nada de cuanto vive existe para sí mismo. Nada temas, pequeña. Llamaré al débil gusano que en su lecho subterráneo yace, para que oigas su voz. ¡Acude gusano, larva del silente valle, junto a tu pensativa reina!
El indefenso gusano se asomó, y fue a detenerse sobre la hoja del lirio. La nube refulgente voló para encontrarse con su compañero en el valle.
III.
Thel contempló asombrada al gusano en su lecho, bañado de rocío.
¿Gusano eres? Tú, emblema de la fragilidad, ¿eres sólo un gusano? Te veo como un niño envuelto en la hoja de lirio. Ah, no llores, diminuto, que si no puedes hablar eres capaz de llorar. ¿Es esto un gusano? Te veo, inerme y desnudo, llorando sin que nadie te responda, sin que nadie te reconforte con maternal sonrisa.
Inclinándose sobre el lloroso infante, la madre del gusano su vida exhaló en lácteo afecto. Luego dirigió a Thel sus humildes ojos.
Oh, belleza de los valles de Har -dijo el gusano.- No vivimos para nosotros mismos. Ante ti tienes a la cosa más irrisoria, pues eso soy en realidad; mi seno está frío de sí mismo, y de sí mismo oscuro. Pero aquel que lo humilde ama, unge mi cabeza y me besa, tendiendo sus cintas nupciales en torno a mi pecho, mientras dice: Madre de mis hijos, te he amado y te he regalado una corona que nadie podrá arrebatarte.
Cómo es esto, dulce doncella, es algo que ignoro y que averiguar no puedo. Reflexiono y no puedo pensar. Sin embargo, vivo y amo.